El astro argentino protagonizó un partido de ensueño en la victoria 3-0 del conjunto culé ante los dirigidos por Jürgen Klopp, por la Champions League. Llegó a su gol 600 en el equipo blaugrana y se hizo cargo de la magia y la presión.
En el partido N° 100 como capitán blaugrana, Lionel Messi se vistió de líder para que Barcelona derrotara 3-0 a Liverpool en la semifinal de ida de la Champions League. Porque la diferencia de tres conquistas, vital de cara a la revancha del martes 7 de mayo en Anfield, tiene mucho de su influencia. Con gestos de autoridad, dos goles (uno de tiro libre, una verdadera perla) y destellos de su magia, el astro argentino, de 31 años, brindó un show completo.
¿Le pedían liderazgo? En el Camp Nou exhibió todos los atributos de un líder. Encabezó la arenga en la previa, pidió esfuerzo cuando vio flaquear a sus compañeros, los reprendió cuando fue necesario (como cuando asistió a Arturo Vidal, minutos antes de su primer tanto, y el chileno ceder para Suárez en lugar de patear al arco); le pidió a la afición que no silbara a los futbolistas y los aplaudiera (en el festejo del 2-0, luego de que Coutinho recibiera algunas recriminaciones) y, sobre todo, se hizo cargo del juego de su equipo cuando más lo necesitó.
Porque en este Barcelona ya no están Xavi e Iniesta, tampoco Neymar completando la MSN, ni la filosofía Guardiola cobijando al mejor Barça de la historia. Pero Messi sigue estando, más maduro, al rescate de un equipo que depende de él más que nunca… Pero sigue ganando.
La Pulga hizo dos goles y alcanzó los 600 con la camiseta de Barcelona, los 48 en la temporada, 665 oficiales, contando sus conquistas en la selección argentina. El primero, a los 74 minutos, capturando un rebote en el travesaño tras el remate de su amigo y socio Luis Suárez, e ingresando a la valla con balón y todo. El segundo, a los 81 minutos, gracias a un tiro libre imposible, desde más de 30 metros de distancia, superando el salto de la barrera y depositándose en el ángulo del portero Alisson.
Tras su segunda conquista, la del récord, se sentó en un costado del campo y se golpeó varias veces el pecho, confirmando que se posó sobre sus hombros la carga de la presión. Y estuvo cerca de propiciar el 4-0 en el quinto minuto de descuento, con la corrida que encabezó con Dembelé: terminó asistiendo al francés quien, en soledad, terminó fallando una oportunidad clara. Pero no hubo una recriminación. Sí un abrazo y un pedido de aplausos para su compañero.
En el primer tiempo había protagonizado una acción a pura picardía. A los 43 minutos de juego, fue desestabilizado por el lateral Andrew Robertson, pero siguió su marcha. Hasta que se interpuso Milner, quien aprovechó que se hallaba mal pisado, le golpeó a la altura del torso, y lo tiró fuera de los límites del campo de juego.
Messi exageró el impacto y rodó en continuado, buscando causarle mayor impresión al árbitro Björn Kuipers, quien enseguida fue rodeado por los futbolistas de Barcelona, que reclamaron la amonestación. El blanco de la infracción, desde el césped, también exigió la tarjeta amarilla. Pero la cámara se enfocó en el delantero, quien primero se arrodilló, antes de reincorporarse. Allí miró fijo hacia la cámara, detectó que le estaban haciendo un primer plano y… Sonrió por la picardía de la simulación.