Es cierto que existen períodos sensibles en el desarrollo para ciertos aprendizajes, como el lenguaje. Pero es incorrecto afirmar que existan períodos críticos para adquirir otras habilidades cognitivas complejas.
El llamado “mito de los primeros tres años de vida” es muy popular. Según esta idea, los primeros dos o tres años de vida de un chico son tan determinantes para su desarrollo futuro que pasado ese período hay poco o nada por hacer. Pero esto se basa, en realidad, en la interpretación equivocada de algunas investigaciones.
Por mucho tiempo se creyó que la cantidad máxima de neuronas se fijaba al momento de nacer. Sin embargo, gracias a los descubrimientos neuro científicos hoy sabemos que las conexiones neuronales continúan modificándose a lo largo de toda la vida, reforzándose o debilitándose dependiendo de la interacción con el medio ambiente y el aprendizaje. Esto es lo que llamamos “plasticidad neural” y es una capacidad que tenemos durante toda la vida.
Es cierto que existen períodos sensibles en el desarrollo para ciertos aprendizajes, como el lenguaje. Pero es incorrecto afirmar que existan períodos críticos para adquirir otras habilidades cognitivas complejas. Otro mito es aquel que sostiene que padres que no han tenido una alimentación adecuada o han sufrido falta de oportunidades de educación y estimulación social y afectiva tienen un desarrollo cerebral insuficiente. En consecuencia, repetirían con sus hijos las mismas conductas, produciendo resultados similares. Esto crearía un círculo vicioso prácticamente imposible de romper.
Sin embargo, todo esto se sostiene en ideas falsas y deterministas del desarrollo neural. Uno de los problemas es que, en base a estas ideas erróneas, se han organizado intensas campañas de marketing para promover productos que prometen mejoras cognitivas basadas en supuesta evidencia neurocientífica, que en realidad no existe o no es generalizable más allá del laboratorio. Pero el mayor peligro de estas propuestas es que sean adoptadas por quienes están a cargo de diseñar políticas públicas.
Una de las consecuencias posibles es que se culpe a padres y madres por no ocuparse adecuadamente de sus hijos durante este período de sus vidas en lugar de hacer foco en la responsabilidad pública. Las políticas públicas deben considerar la mejor evidencia científica disponible. Desterrar estos mitos no significa que el ambiente en que se cría a un chico durante sus primeros años no tenga importancia. Lo importante es saber que sus efectos no son definitivos y que, pasados los tres años, todavía hay mucho que hacer. La responsabilidad pública de cuidar los cerebros en todas las etapas de la vida debe ser una prioridad, todos los días.